"Es la hora de los bionegocios" Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 5 diciembre de 2015

 

Parece mentira, pero “negocios” dejó de ser mala palabra. Las críticas estilo 6,7,8 a las designaciones de CEOs de empresas en la administración pública suenan más graciosas que patéticas. Quizá por primera vez en 80 años, pondremos la economía en el sentido de la naturaleza de las cosas. Y fluir.

 

La cuestión, ahora, es entender cuál es el negocio. Las señales que da el gobierno entrante remarcan enfáticamente el rol del campo y la agroindustria, “ya no como combustible de la economía sino como su motor”. Así lo remarcó el jueves Guillermo Bernaudo, designado jefe de Gabinete del Ministerio de Agricultura, en un fantástico encuentro de la Asociación Forestal Argentina. Allí se ubicó al sector foresto-industrial como una de las fuentes más promisorias para atraer inversiones en gran escala, generar empleo y agregar valor en el interior.

 

Es exactamente la esencia de los bionegocios. La oportunidad para la inserción de la Argentina en el mundo, como plantea el analista Jorge Castro en “El Desarrollismo del Siglo XXI”.

En el desarrollismo del siglo XX, aparecían en primer plano el petróleo, otras fuentes de energía como la nuclear, la siderurgia, el aluminio (que es fundamentalmente energía), las redes eléctricas, los gasoductos. Todo mirando fundamentalmente al mercado interno, bajo el paradigma básico de la sustitución de importaciones. En este marco, la competitividad pasaba a segundo plano.

 

De pronto, la humanidad comprendió que el petróleo es un recurso finito, aunque la quimera del shale genera una promesa de abundancia que cautiva a los nostálgicos. Pero lo más importante es que también comprendió que, antes que se acaben el petróleo y el gas, se va a acabar la vida en el planeta. Al menos, la vida de muchos, y la de todos tal cual la conocemos.

 

Los líderes del mundo se reunieron esta semana en París en la cumbre contra el cambio climático COP21, precisamente, para debatir cómo “descarbonizar” la atmósfera, reduciendo las emisiones que provocan el calentamiento global.

 

No es solo cuestión de energía renovable, todo un capítulo en la saga de los bionegocios. Es también la sustitución de derivados del petróleo (fotosíntesis pretérita) por productos originados en la fotosíntesis actual. Casi sin darnos cuenta, y con todo en contra, hemos entrado en esta era.

 

El biodiesel es un combustible donde la Argentina lidera las exportaciones mundiales. Pero químicamente es el éster metílico de los ácidos grasos que proporciona la agricultura. Y el éster es un insumo químico de múltiples aplicaciones. Como co-producto, queda la glicerina, y aquí también la Argentina está en el podio. Buena parte de la humanidad se cepilla los dientes con glicerina rosarina, que tiene cinco años de vida.

 

Bionegocios, entonces, es en buena medida sinónimo de descarbonización. Sobre todo, cuando se basan en tecnologías donde la Argentina también lidera: siembra directa, biotecnología (que ahorra cada vez más productos de protección también derivados del petróleo), sistemas de almacenaje flexible (silobolsa). El propio polietileno de los bolsones será, más pronto que tarde, sustituido por polietileno de fuente renovable, como el bioetanol.

 

En la COP21, fue muy aplaudida la presentación de Uruguay, que planteó su meta de alcanzar el 95 por ciento de generación de energía con fuentes renovables. Y esto no es sólo eólica y solar. Hay un 20 por ciento de energía originada en biomasa, co-producto de sus plantas de pasta celulósica injustamente demonizadas.

 

En la Argentina también podemos hacerlo, ya está demostrado porque, con todo en contra, algo se hizo. Como en toda la cadena agroindustrial, maniatada desde el cultivo al buque.

 

Ahora, hay un rumbo definido. Entramos de lleno en la era de los bionegocios, que dejan de ser mala palabra. Llegó el tiempo de soltar amarras.

 

Argentinos a las cosas.

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