"Ser pioneros en un mundo nuevo" Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 12 de diciembre de 2015

 

En su discurso inaugural, el Presidente Mauricio Macri convocó a la “apasionante tarea de ser pioneros de un mundo nuevo”. Podemos, desde el agro, dar fe de que sí lo es.

 

En su acelerada carrera hacia el futuro, estas pampas se habían convertido en las pioneras del nuevo mundo agrícola. En los 90, la innovación tecnológica, desde lo productivo hasta lo comercial y lo organizacional, había dado lugar a la Segunda Revolución de las Pampas.

 

Entre 1996 y 2006, se duplicó la producción agrícola y se cuadruplicó su valor. Pasamos de producir predominantemente cereales, a proteo-oleaginosas. La soja como locomotora: en 1996 se producían 15 millones de toneladas. Diez años después, tres veces más. La llave maestra fue la biotecnología, con la llegada de la soja transgénica, que salió al mercado junto a los Estados Unidos. Y mucho antes que los vecinos de la región.

 

El mundo nos miraba con atención. Se generó una potente corriente de inversión en todos los rubros vinculados con el campo y la agroindustria. Fondos de inversión para siembra, compañías de semillas, plantas de fertilizantes e inoculantes microbianos. Un desarrollo fulgurante de la adormilada industria de implementos agrícolas, reconvertida a la fabricación de sembradoras para siembra directa. Pulularon las fábricas de pulverizadoras automotrices, al amparo de la sustitución de labores mecánicas costosas y erosivas, por modernos tratamientos fitosanitarios.

En el down stream, el sector privado invirtió en puertos y plantas para darle valor agregado a la producción de soja. La capacidad instalada de crushing acompañó holgadamente el crecimiento de la producción.

 

Todo este proceso se detuvo en 2008, cuando el gobierno quiso ir por todo y el campo no lo dejó pasar. La venganza fue castigar a todos, poniendo un pie en la puerta giratoria. Las consecuencias las pagó toda la sociedad, con la macroeconomía desquiciada, sin reservas, ni inversión externa en el sector más dinámico de la economía y la sociedad. En la pelea con el campo, y con la aviesa intención de dividir a la dirigencia, se impuso una ley que traba el flujo de capitales hacia la producción agropecuaria.

 

Se habían construido plantas de biodiesel que convirtieron a la Argentina en la líder mundial en este combustible renovable. Las flamantes plantas aceiteras se convertían en verdaderos parques industriales de base biológica, donde se producía desde harina de alto contenido proteico, hasta glicerina refinada para la industria de cosméticos e higiene personal.

 

El crecimiento de la producción se topó con la falta de almacenaje, que ya era un problema cuando producíamos 40 millones de toneladas. Pero llegó la innovación del silo bolsa. El gobierno lo condenó y llegó al absurdo de convalidar la rotura de bolsones como actos de militancia.

 

Mientras Mauricio Macri asumía la presidencia, en París avanzaba la COP21, cumbre de las Naciones Unidas para combatir el cambio climático. Allí, se presentó un estudio que remarcaba el camino de la siembra directa como una herramienta clave para secuestrar CO2 del aire y reducir el consumo de combustibles. Bueno, es el sendero que había venido marcando la Argentina con su paquete tecnológico innovador y pionero. En la misma línea que el silobolsa, los carros tolva autodescargables que lo acompañan, o innovaciones más recientes como los botalones de carbono que duplican el ancho de labor de las pulverizadoras.

 

En lo comercial, éramos líderes en el uso de herramientas como los mercados de futuros, contratos forward y otras formas de coberturas. También fueron atacadas torpemente.

 

Ahora, pareciera que están dadas las condiciones para retomar el camino. No hablemos más del tiempo perdido, porque…no hay tiempo que perder. Tomemos la convocatoria. La innovación es apasionante, y ya sabemos que da frutos.

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