"El tren de la carne está pasando"

Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 29 abril de 2017

A mediados del siglo XIX, la Argentina supo aprovechar la oportunidad que le ofrecía la Inglaterra de Dickens, donde campeaba la revolución industrial. Los beneficios del desarrollo difundían por toda la sociedad, despertando apetitos inéditos. Uno de ellos fue el de la carne vacuna, a la que ahora tenían acceso millones de nuevos consumidores. La mesa estaba lista, sólo faltaba servirla.

 

Nuestros pioneros de las pampas vieron la veta. Organizaron las estancias, trajeron a Tarquino, Virtuoso y Niágara, los elegidos de los criadores. Llegaron los gringos, sembramos la alfalfa. El alambrado, el molino, las aguadas. Los ferrocarriles, los puertos y los frigoríficos con sus muelles. En el Riachuelo, en Ensenada, en Bahía Blanca, en Rosario. Casi como subproducto de esa conquista territorial de las pampas, fuimos granero del mundo. Lo que traccionaba todo era la expansión de la producción de carne.

 

Dejemos de lado lo que ocurrió en el siglo XX y en la reciente “década ganada”. Olvidemos por un momento que pasamos de ser el número uno del mundo durante décadas, a no figurar ahora en el top ten. Supongamos que estamos como en 1853. Hay que empezar de nuevo. Y sobre las mismas bases (de Alberdi). Los ingredientes siguen ahí, a pesar de todo, vivitos y coleando.

Ahora la oportunidad está más clara que antes. Hay mercados maduros, problemáticos, proteccionistas y chicaneros. Pero irrumpe con fuerza inusitada la demanda china. No es moco de pavo. No son movimientos espasmódicos. Lo venimos diciendo desde hace veinte años, pero la aceleración en el último quinquenio es fenomenal. No solo necesitan 100 millones de toneladas de soja para criar y engordar sus cerdos, pollos y pescados de criadero. Necesitan el producto terminado. Por eso se compraron Smithfield en el 2013. Fundamentalmente, cerdos. Pero ahora ascienden vienen por la carne vacuna, donde tienen claro que nunca podrán autoabastecerse. Podrían engordar novillos, pero no tienen terneros, y nunca los tendrán, porque carecen de superficie para rodeos de cría. Saben que eso está en América. Fundamentalmente, en Sudamérica.

 

Los que hicieron bien las cosas, ganaron la posición. Es impresionante el prestigio que ha tomado la carne uruguaya en China. Lo que más aprecian es la trazabilidad y la garantía de sanidad. De la brasileña solo esperan volumen –lo necesitan—pero no le tienen mucha confianza. Y saben muy bien lo que pasa en la Argentina, donde todas las mañanas se repite la imagen ominosa de camiones descargando media reses en las carnicerías de San Telmo y los cien barrios porteños. Ni hablar del interior, donde provincias fundamentales para el negocio, como San Luis, están promoviendo la apertura de mataderos contra natura.

 

Felizmente, el gobierno nacional ha dado un paso decisivo. Se creó la subsecretaría de Control Comercial, a cargo de Marcelo Rossi, un funcionario de reconocida honestidad y vocación para la función. Ya le pegó al riñón de la marginalidad. Hay una nueva expectativa en la industria frigorífica exportadora. Esta es la buena noticia.

 

La mala es que no hay carne. Las existencias de vientres no crece lo necesario. Como cualquier stock, conspira la tasa de interés. Pero también cuestiones impositivas, como el absurdo del no ajuste por inflación. Sigue sin estimularse la faena de animales más pesados, algo que no se resuelve solo con prohibiciones. Además del garrote, hace falta alguna zanahoria, como la desgravación del novillo pesado. Es lo más rápido, para poder subirse a un tren que va pasando con los vagones llenos de vecinos.

 

 

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