"La góndola le ganó a la cigüeña" Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 23 de abril de 2016

La muletilla del valor agregado en origen repiquetea por todos lados. El gobierno subió la apuesta: nos propone dejar de ser el granero del mundo para convertirnos en el supermercado del mundo. “Del campo a la góndola”, ¿quién puede oponerse?

    

Exportar productos elaborados a partir de la enorme masa de productos básicos que brotan de estas pampas implica inversiones, empleo, mayor ingreso de divisas, reducción del costo de los fletes, y una enorme serie de externalidades positivas. 

    

Más cuando se avecina un aluvión de nueva producción, a partir de la remoción de las trabas que pusieron un pie en la puerta giratoria de la Segunda Revolución de las Pampas.

   

Todos sabemos que la producción de cereales como el trigo y el maíz va a crecer verticalmente ya en la próxima campaña. Es una enorme oportunidad. Sobre todo con el maíz, con su doble destino como grano forrajero y energético. 

      

Argentina, tercer exportador mundial y en camino a recuperar el segundo puesto (cedido recientemente a Brasil), detrás de Estados Unidos, embarca dos tercios de su cosecha sin grado de elaboración alguno. Estados Unidos exporta sólo el 15% de lo que produce. Brasil, un 30%.

Ambos son los principales exportadores de proteínas animales, producidas a partir de maíz y harina de soja. Son los dos rubros de básicos agrícolas más dinámicos en los últimos veinte años.

   

Aves, cerdos, carne vacuna para la transición dietética de dos tercios de la humanidad. No es el crecimiento de la población lo que gobierna el crecimiento del consumo de alimentos. Es el bolsillo. La góndola le ganó a la cigüeña.

   

Estados Unidos y Brasil han creado compañías globales, con una dinámica asombrosa, sacudiendo al mundo de los negocios con incursiones impensadas. Hay empresas brasileñas con feedlots, plantas frigoríficas y carne con marca en los EEUU. 

   

Aquí también pasaron cosas interesantes. No en carne vacuna, donde el encono de la era K hizo estragos. Pero hubo avances consistentes en la industria avícola, que aprovechó la debacle del stock vacuno y la oferta de carne para ocupar un lugar prominente.

   

También se venía perfilando un interesante desarrollo en la industria porcina. Aparecieron nuevos jugadores, con una concepción moderna, que supieron cerrar la brecha tecnológica que nos separaba del Primer Mundo. 

    

Genética, instalaciones, nutrición, escala. Algunos venían de otros segmentos de la agroindustria. Otros, familias tradicionales que pasaron de los granos y la carne al cerdo. Más un puñado de empresarios subyugados por la ingeniería que hay detrás de esta actividad. El cerdo es una máquina de producir.

   

Pronto descubrieron que la Argentina, además de contar con la ventaja competitiva de los granos abundantes y baratos, tenía un enorme punto a favor: estar limpia de un flagelo sanitario que diezma las piaras de los grandes productores. Se trata del PRRS (Síndrome Reproductivo Respiratorio Porcino). Con mucho celo, el Senasa aplica medidas de cuarentena para la importación de reproductores.

    

No ocurre lo mismo con la entrada de carne porcina, que está entrando a borbotones. En 2013, Chile sufrió una grave epidemia de PRRS cuya transmisión se atribuyó precisamente al ingreso de carne. El tema fue planteado el martes pasado por Juan Ucelli, titular de la Asociación Argentina de Productores de Porcinos, en su exposición en la mesa de carnes del 25 aniversario de la Fundación Producir Conservando. 

   

Remarcó la necesidad de preservar el envidiable status sanitario, tanto para expandir la producción para el mercado interno (liberando carne vacuna para la exportación), como para un próximo salto al mercado internacional.

No se trata de cerrar el mercado, sino de tomar los recaudos sanitarios que nos permitan ir del campo a la góndola con pasos consistentes.

 

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