Evitar las comparaciones odiosas. Editorial Héctor Huergo. Clarin rural

Todas las comparaciones son odiosas. Así que… no comparemos. Tomemos lo que
sigue como el simple relato de un evento.

Sucedió esta semana en Uruguay, donde CropLife Latinoamérica (la organización que integran las empresas de insumos tecnológicos, agroquímicos y biotecnología, que explican el imponente crecimiento de la agricultura en los últimos años en toda la región). En especial, en el país anfitrión, que en la última década cuadruplicó su producción agrícola, sin detrimento de su tradicional ganadería de carne y leche.

En este breve lapso, Uruguay pasó de 1 a 4 millones de toneladas de granos. La mitad por aumento de la superficie cultivada. La otra mitad, por mejora de los rindes. Un salto tremendo, con implicancias en toda la economía y la sociedad de la Banda Oriental.

Este desarrollo se basó en el aumento de la productividad. Un cambio en el uso del suelo, que pasó de la ganadería tradicional a agricultura. Y el aluvión de la agronomía, con la siembra directa, la biotecnología, la nutrición de los cultivos. Muchos argentinos que saltaron el charco contribuyeron a esta vertiginosa expansión, que tiene todavía mucho hilo en el carretel.

Si de por sí el experimento uruguayo es digno de observación, mucho más impactante es que quien lo explica con nivel académico es, nada menos, el vicepresidente de Uruguay, Danilo Astori. En CropLife, Astori mostró que el Estado no ha sido ajeno a este proceso. No como programador, como planificador, sino como facilitador del proceso de innovación. Esta fue la política de Estado que sirvió de telón de fondo.

La primera definición fue que Uruguay tenía recursos que sólo se podrían aprovechar apuntando al mercado internacional. Astori remarcó que hay dos grandes enfoques. Primero, el tradicional, que apunta a competir a partir de las ventajas comparativas congénitas. Eso lleva a vender a bajos precios, con salarios bajos y un tipo de cambio bajo. Segundo, el enfoque “dinámico y moderno”: las ventajas competitivas se crean, con la ayuda de políticas públicas.

Llegar a la competitividad por la vía de la innovación, este es el lineamiento estratégico. Y remató: “la apertura de la economía es clave para el aumento de la productividad”. El mismo fundamento de la nueva China, la que dejó plasmada Dengxiao Ping en un mural: “La política de apertura económica es correcta”. Desde entonces crece a tasas chinas. Uruguay también.

Recordemos que Danilo Astori fue ministro de Economía del gobierno de izquierda de Tabaré Vázquez, y ahora es el vicepresidente del ex tupamaro “Pepe” Mujica.

Dijo más. Por ejemplo, resaltó la importancia del desarrollo cultural, porque “la cultura impregna de valores al proceso de innovación, va orientando al desarrollo científico”.

La buena noticia es que más allá del terreno siempre escabroso de la política partidaria, la intelectualidad oriental venera y agradece el experimento de este Uruguay Verde y Competitivo. Saben que hay “efecto difusión”: el factor multiplicador de la agricultura es 6 (por cada dólar que se invierte, se obtienen 6 en la cascada productiva). El de la industria manufacturera es 5.

La agricultura está creciendo por encima del promedio del PBI, se revirtió la tendencia migratoria, ahora la gente sale de Montevideo y se instala en el interior. Como el propio Miguel Carballal, presidente de AUSID (la organización de la Siembra Directa de Uruguay), quien arrancó hace treinta años con 18 hectáreas y ahora maneja 8.000. El 90% de la agricultura uruguaya es en siembra directa.

Y no todo es soja, trigo, cebada o maíz. Hay fiebre por la olivicultura, florecen los viñedos, explota la industria lechera con inversiones neocelandesas, europeas y argentinas.

Sí, el que lo contó es el vicepresidente. Evitemos las comparaciones odiosas.

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