El Congreso ya está sesionando. Editorial de Héctor Huergo

“La vida de ningún hombre, su libertad y sus propiedades están seguras mientras el Congreso está sesionando” (“no man’s life, liberty, or property are safe while the congress is in session”), sentenció alguna vez Mark Twain. Esta semana se confirmó en Rivadavia y Entre Ríos.

 

“La vida de ningún hombre, su libertad y sus propiedades están seguras mientras el Congreso está sesionando” (“no man’s life, liberty, or property are safe while the congress is in session”), sentenció alguna vez Mark Twain. Esta semana se confirmó en Rivadavia y Entre Ríos.

 

En el estreno de su nuevo mandato, la presidenta Cristina Kirchner atacó a fondo, haciendo uso inmediato de todo su enorme poder de fuego. Un viejo adagio de la política dice que nunca se tiene tanto poder como en el arranque. Al campo le tocó lo suyo: ley de tierras, estatización del Renatre, nuevo estatuto del peón. Quizá temas de menor impacto al lado del avance sobre Papel Prensa, la prolongación de la emergencia económica (que implica la prórroga de los superpoderes), la aprobación a libro cerrado del presupuesto 2012. O la pelea con Moyano y el operativo contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires Daniel Scioli. Pero tienen mucha significación para el sector. Más desde el lado político que desde el económico. Veamos.

 

La ley de tierras se había convertido en una de esas tribulaciones políticamente correctas de los argentinos. Se lanzó la muletilla de que hay un profundo proceso de “extranjerización”. Se dispararon cifras de cualquier calibre. Se habló de “millones de hectáreas”. Un dislate.

 

Por suerte, para echar luz sobre la superficie en manos de extranjeros, apareció la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. El organismo tuvo históricamente escasa actividad en la Argentina, donde su sede pasó muchos años sin representante. No se conoce ningún estudio específico sobre la estructura agraria argentina. Pero en un comentario hablaron del 10% de la tierra en manos extranjeras. Un punto muy sólido para que hombres experimentados en el sector, como el semi oficialista Felipe Solá, lo utilizaran como argumento para reducir la superficie máxima pasible de ser “extranjerizada”, del 20 al 15%. Es el mayor cambio que se incorporó al texto original. Ciencia pura. Así como el límite de 1.000 hectáreas, sin ponderar región ni uso actual. El grotesco permitiría, por ejemplo, que un bodeguero ruso adquiera 1.000 hectáreas en Luján de Cuyo, pero un uruguayo no pueda comprar un campo de 30.000 hectáreas en Santa Cruz con receptividad de 3.000 ovejas.

 

El mejor argumento para justificar esta ley es que “todos los países la tienen”. Bueno, ahora nos equiparamos. Evitaremos que se la lleven. Como el agua del Paraná, o de los Esteros del Iberá, porque ahora “vienen por el agua”… La cuestión ahora es corregir, con la reglamentación, los vicios de la ley. Hace falta capital para desarrollar la teoría del “valor agregado en origen”, el leit motiv de la nueva etapa K. Todo se resolvería con el simple agregado de una cláusula que permita acceder a la propiedad sobre la base de un plan de explotación. Como en Uruguay: los extranjeros pueden comprar, siempre y cuando presenten un proyecto de desarrollo que evalúan los organismos del gobierno. Esto evitaría que las pocas compañías que han venido invirtiendo fuerte en el sector, orienten sus recursos hacia otros países. Ya no tenían muchas ganas de seguir en la Argentina. Ahora, directamente se les pega el tiro de gracia.

 

El otro ataque que padece el agro es la cuestión del Renatre. Modelo de gestión tripartita, la necesidad de tomarse desquite por la posición política del sindicalista rural Gerónimo Venegas (sostén del ex candidato presidencial Eduardo Duhalde) lleva a su estatización. Volvemos a Mark Twain, cuando dijo que “A man who carries a cat by the tail learns something he can learn in no other way” (el hombre que agarra un gato por la cola aprende algo que no podría aprender de ninguna otra manera).

 

Y el trigo sin vender. Y encima, no llueve...

 

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