Al final, dio resultado…

02/03/13

Hace cinco años, el gobierno ensayaba la alquimia de las retenciones móviles. Dijimos entonces que se trataba de un experimento inédito: jamás un investigador (en este caso en el terreno de la política económica y la sociología) se había animado a frenar a un sector para ver qué pasaba.

Aquella intentona falló. La enorme movilización del campo frenó el disparate. El gobierno entregó varias piezas. Cayó el ministro de Economía, cayó el secretario de Agricultura. Se quebró la alianza de la “transversalidad”, tras el voto no positivo del ex vicepresidente Julio Cobos.

Desde aquél momento, una sombra de dualidad dominó la escena. De un lado, el gobierno pareció dispuesto al cambio, tanto en la forma como en los contenidos. La creación del Ministerio de Agricultura, una añosa reivindicación del sector rural, fue una señal interesante.

Su titular, Julián Domínguez, hizo el intento de sumar voluntades, convocando a todo el mundo a elaborar el Plan Estratégico Agroalimentario. La dirigencia y la mayor parte de los “auto convocados” sospechó siempre que se trataba de una celada.

Sin embargo, la movida del PEA contribuyó a instalar la importancia del sector en la economía y la sociedad. La propia presidenta Cristina Kirchner nos sorprendió en el recordado lanzamiento, en Tecnópolis, haciendo suyas las ambiciosas metas del plan.

Dijimos entonces que el solo hecho de plantearse el objetivo de 150 millones de toneladas para el 2020 era una señal positiva. Dijimos también que para lograrlas, todo lo que había que hacer era dejar al campo en paz y olvidarse de nuevos experimentos.

Julián Domínguez sumó puntos y ascendió a su actual posición como titular de la Cámara de Diputados. Una señal de que -aún en un gobierno K- desde lo rural se puede crecer en la carrera política.

Pero las esperanzas se fueron diluyendo. Hacia afuera, el discurso de CFK sigue reivindicando los laureles del campo y su enorme competitividad, construida a partir de la tecnología.

La realidad es que el campo está parado. Las metas se pierden en el horizonte. Todavía no llegamos a las 100 millones, tendríamos que haber superado ya los 120. Lejos de mejorar la composición de la canasta de productos, hay cada vez más peso de la soja. El trigo y la carne siguen su espiral descendente. Brasil, pero también Paraguay y Uruguay, crecen vertiginosamente en todos los rubros.

Los disparates comerciales y la increíble presión fiscal lograron reverdecer aquel famoso experimento. Los chacareros escapan de los productos más intervenidos, como el trigo y el maíz, que son paradójicamente los que acumularon más innovación en los últimos años.

A las retenciones, se suma el gravísimo problema del IVA, con los saldos acumulados que jamás se recuperan. Las provincias, abandonadas a su suerte si incurren en indisciplina política, hacen lo suyo con el inmobiliario. Y los municipios quieren cobrar hasta los carteles ruteros.

No hay plata. Y, sobre todo, falta confianza. Es lo que se vio esta semana en Expoagro. A la imponente muestra de la tecnología en acción no le faltó gente. Pero sí le faltó gente con actitud de compra.

También le faltaron algunas empresas de primera línea, sobre todo las compañías internacionales que son las que mueven la aguja de los bienes de capital. Sus directivos sostienen que el faltazo fue por cuestiones presupuestarias. En los corrillos se sospechó de un “apriete” por parte del gobierno. Todo puede ser. Pero lo que importa es que aunque hubieran estado presentes, no hubieran podido torcer la decisión de chacareros de brazos caídos. Experimento K “al palo”.

Cuidado, porque no es el momento para que se paralice la producción. Como decía el poeta, “cuando el campo está triste, los pueblos se llenan de yuyos”.

 

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