"Chacareros y pecuas, a las cosas" Editorial del Ing. Agr. Héctor Huergo en Clarín Rural del 19 de diciembre de 2015

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La cadena agroindustrial puede sacar pecho: la ansiada salida del cepo fue posible por los 10 mil palitos verdes que liquidó anticipadamente. Es el único sector de la economía real que puede hacerlo. A pesar de la enorme exacción y todos los golpes propinados, ahí está. Este sector sí que puede.

 


No recuerdo, en mis casi cincuenta años de periodista agropecuario, una semana como esta. Ni cuando llegó la convertibilidad, que también terminaba con los derechos de exportación y unificaba el tipo de cambio, que además quedaba libre. Pero en aquel momento se compensaba con la aplicación del IVA (hasta entonces, el agro estaba exento).

 


No sólo se redujeron a cero las retenciones de los cereales, sino que el decreto está originado en el flamante Ministerio de Agroindustria. Todo un dato, porque esto antes lo decidía exclusivamente Economía. Buen arranque para Ricardo Buryaile.

El peor efecto de las retenciones y los tipos de cambio múltiples –donde al agro siempre le tocaba el más barato- es la caída del uso de tecnología. Al deteriorar la relación insumo/producto –se requieren más kilos de trigo para pagar una unidad de fertilizante- la tendencia natural es producir sobre la base del recurso que no exige desembolso: la tierra.

 


En otras palabras, la cosecha (de granos, carne o lo que sea) se basa más en el recurso disponible, que en los que el productor tiene que comprar en el mercado. Estos tienden a tomar el dólar más alto. Producir sobre la base de tierras y no de tecnología tiene dos efectos: el deterioro continuo del recurso suelo y la pérdida de rendimiento.

 


El proceso se agrava a medida que crece la necesidad de insumos. Hay rubros que exigen semillas más caras, o más cantidad de fertilizantes. O donde los fletes (que también es algo que los productores compran, y se arbitran por dólar tendiendo a libre) pesan más. Esto explica el proceso de sojización que ocurrió durante la era K. Maíz y trigo requieren mucha mayor inversión por hectárea que la soja. Y como su precio es un 40% menor, los fletes pesan el doble. Más IVA.

 


Bueno, la taba se dio vuelta. Dólar libre y precio lleno. ¿Qué puede pasar? Sólo una cosa: vuelve la Segunda Revolución de las Pampas. La misma que interrumpió el kirchnerismo, cuando absurdamente puso un pie en la puerta giratoria de la historia.

 


Al campo le costó entender la convertibilidad. Recuerdo el extraordinario viaje a Estados Unidos e Inglaterra que hicimos en 1993 (un par de años después de implantarse el uno a uno) con el CREA Lincoln, donde anidaban los mejores exponentes de la vanguardia tecnológica del sector. Ellos se autodenominaban “Los Sioux de las Pampas”. Decían que mientras unos no entendían y protestaban, ellos galopaban escondidos al costado del caballo. Entendieron que había una brecha con el mundo agrícola desarrollado. La cuestión era ponerse al día.

 


En 1996 la producción agrícola se había estabilizado en 45 millones de toneladas. Diez años años después, se había duplicado, a pesar de que en 2002 se reimplantan las retenciones. Pero al menos se mantenía un dólar único, y además empezaban a ayudar los precios internacionales. El gobierno K se cebó, quiso ir por todo. Subió los derechos de exportación, y tras fracasar con la intentona de la 125, ensayó el desdoblamiento cambiario. Consecuencia: la producción se estancó.

 


La inanición tecnológica deterioró a todo el sector proveedor de semillas, productos fitosanitarios, abonos, maquinaria agrícola, camionetas. Se achicó la actividad comercial y se esfumó la prosperidad de pueblos y ciudades del interior.

 


Todo eso vuelve. Y ya empezamos. En Salta, donde iba a quedar un 40% de la superficie sin sembrar, ahora se agotó la semilla. En todo el país, cuesta conseguir un buen toro. Volvemos, qué bueno, a simplemente rezar para que llueva.