"Palermo se nos hace carne" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 25 julio 2015

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La Exposición Rural nació como una muestra esencialmente ganadera. La idea fue del ingeniero agrónomo Eduardo Olivera, uno de los grandes pioneros de las pampas. Eduardo se formó en Grignon, Francia, y en sus tiempos de estudiantes (allá por 1860) saltaba el Canal de la Mancha para visitar el Royal Show de Birmingham. Allí abrevaba en la fuente de la innovación, la Inglaterra de la revolución industrial que se abría paso también por el campo.


En una carta a su padre, apasionado como él por la ganadería, le contaba que había visto la exhibición de una nueva versión del “arado de vapor”. Por la descripción, se trataba de una especie de locomotora chica que arrastraba un arado. Asistía al nacimiento del tractor. Campo e industria eran la misma cosa. El romance era de ida y vuelta. Las fábricas lanzaban productos para el agro, el agro devolvía tractores Ransomes y arados Lely convertidos en novillos. La carne es hierro con valor agregado.

Un siglo antes, Robert Bakewell había aplicado el saber científico en la genética ganadera. Por selección y cruzamientos, dio origen a las grandes razas británicas que permitían abastecer con carne de calidad a una sociedad que se enriquecía al ritmo de la industria. Pronto la campiña inglesa les quedó chica. Llegaba la epopeya de las pampas.

Los pioneros criollos trajeron a Tarquino, Virtuoso y Niágara, los toros fundadores de las grandes razas. Los “elegidos de los criadores” que una botella de whisky nos refresca en cada bar la memoria perdida de esos tiempos. Para que los tarquinos funcionaran, había que ordenar los rodeos. “Alambren, no sean bárbaros”. Llegó el alambrado, y como consecuencia, el molino y las aguadas, porque ahora los animales no podían ir al agua. 

El ganado mejorado requería sustituir los pajonales y las quemas por pasto de calidad. Llegó la alfalfa. Pero la alfalfa nace de una semilla pequeña y delicada, que requería refinar los suelos. Vinieron los gringos. Maíz, trigo, lino y alfalfa. Las estancias, las colonias. El ferrocarril, los frigoríficos en los puertos. Inversión externa, avidez de financiar la expansión del nuevo mundo.


El objetivo era la ganadería, y casi como subproducto nos convertimos en granero del mundo. Agricultura y ganadería marcharon siempre juntos. La Argentina encontró su primera razón de ser económica. La carne fue producto y emblema. Cuesta entender qué nos pasó. No vale la pena, en estos tiempos de fin de ciclo, regodearse en los errores del pasado anterior y el pasado reciente.

Digamos, simplemente, que todos hicimos algo para arruinar el negocio. Y demos rápidamente una vuelta de página.
Palermo 2015 muestra signos vitales. Está la mejor genética del mundo. Están los jurados internacionales, los compradores de toda la región, que siguen sacando ventaja de nuestros toros, semen y embriones.

Están también los equipos forrajeros, nacionales e importados, que apuntalan una ganadería que pide a gritos más tecnología. Que también significa un nuevo relacionamiento con la agricultura en los tiempos de la biotecnología.

El silo de maíz es la mejor expresión de cómo se imbrica la revolución agrícola con el avance ganadero. Máquinas que convierten el maíz en forraje. Novillos que le agregan valor transformándolo en carne para el mundo, en una ola imparable de expansión de la demanda. Porque ahí están los chinos, metáfora siglo XXI de aquella Inglaterra de Dickens.

El lunes, la muestra de Palermo reunirá a 22 organizaciones que articulan a todo el sector de ganados y carnes, desde las entidades del campo, frigoríficos, gremios de la carne, consignatarios, entidades técnicas. Avisarán que la cadena está crujiendo, pero todavía a tiempo de aprovechar los nuevos vientos. Todos tienen muy claro lo que hay que hacer. Estaremos ahí.