"Bajo la presión tecnofóbica" editorial de Héctor Huergo del 18 Abril 2015

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Escribo estas líneas desde Toulouse, Francia, después de haber recorrido durante unos días varias explotaciones, conversando con agricultores y visitando empresas proveedoras de insumos químicos y biológicos. Los tiempos han cambiado.
En mi primera visita a Francia, en 1982, el paradigma era la intensificación a toda costa. La PAC (Política Agrícola Común) apoyaba a la agricultura a través de los altos precios a todos los productos. La relación insumo/producto era generosamente favorable, y eso estimuló una expansión fenomenal del uso de toda clase de insumos tecnológicos.
La consecuencia fue la contaminación, que se expresaba por distintas vías. El célebre libro “La Primavera Silenciosa” de Rachel Carson, en los tempranos años 60, puso foco en este tema. Algunos accidentes en plantas químicas, la eutroficación (lagunas afectadas por una creciente carga de nutrientes, fruto del lavado de nitratos, fósforo y otros elementos aplicados en exceso por los productores), los olores de los criaderos de animales, la aparición de la “vaca loca”, pusieron en alerta a la sociedad. Nació el ambientalismo, los movimientos en defensa de los derechos de los animales, con una impronta fuertemente tecnofóbica.

La verdad es que en lugar de apuntar a corregir los excesos y regular en el sentido de la aplicación de mejores prácticas agrícolas, las autoridades optaron por el facilismo de “donde están los votos”. Los agricultores son y serán cada vez más insignificantes, numéricamente hablando, en todas las sociedades que se desarrollan. El tema es que no solo no tienen voto, sino que carecen de voz. Han fracasado en todos los intentos por frenar la “onda verde”. Hoy en Francia se ve claramente cómo están pagando las consecuencias: estancamiento, envejecimiento de la población de agricultores, abandono de la actividad ganadera, etcétera. Europa repudió la biotecnología, y muchas compañías de semillas han tenido que llevar sus programas de investigación afuera del continente. Algunas hicieron base en la Argentina para todo lo que tiene que ver con esta materia.
En aquella primera visita de 1982, me asombraron los rindes de trigo. Habían creado el “Club de los 100 Quintales”, integrados por todos los productores que superaban ese umbral. Al cabo de un tiempo llegó a la Argentina la generación Baguette, primera irrupción fuerte de la genética francesa en nuestra agricultura. Hoy esta genética se ha impuesto de modo indiscutible. Y felizmente el flujo sigue vigente en esta especie: en estos mismos días, Federico Trucco, CEO de Bioceres, estuvo visitando el cuartel general de Florimond Dupres, que ya le provee el germoplasma de BioTimbó, que se anuncia como un material de altísimo potencial.
Pero el nuevo paradigma de la “desintensificación” genera también oportunidades nuevas para la tecnología que requieren estas pampas. Allá, tienen que retornar de los excesos. Están entonces creando soluciones interesantes, como el uso de fertilizantes de alta eficiencia, rápidamente asimilables y en consecuencia sin riesgo de lavado o escorrentía. Hemos visitado la fábrica de Agronutrición. La empresa ofrece un complejo de fósforo soluble, que contiene tambien pequeñas dosis de nitrógeno, muy eficiente como arrancador en todos los cultivos. Van a instalar una planta en Pergamino, en sociedad con la local Rizobacter, una inversión de 30 millones de dólares.
Los agricultores visitados lamentan no contar con transgénicos. Siembran soja con cuentagotas, sabiendo que no pueden competir sin tolerancia a glifo. Se sienten mal porque sus colegas españoles pueden usar maíces Bt. Pero con las pocas herramientas que les quedan, siguen dando batalla. Tienen, al menos, la seguridad de que tendrán auxilio económico.
Acá, no.