"El remedio para los bajos precios" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 08 noviembre 2014

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Si es cierto que los precios de la energía, que tanto impacto tienen en las cotizaciones agrícolas, están bajando como consecuencia del aumento de la oferta del shale en los EEUU, quedará palmariamente demostrado aquello de que “el remedio para los altos precios, son los altos precios”.

El siglo XXI despertó con el petróleo a 20 dólares el barril. En esos valores, la oferta fluía acorde con el ritmo de la demanda. Encima, el debate ambiental impregnaba el ambiente con el reclamo de una reducción de las emisiones. Ni el ataque a las Torres Gemelas, el 11/9/2001, movió la aguja de los precios.

 

Nada presagiaba lo que sucedería a poco andar. De pronto, el crudo inició una persistente escalada. En 2003 subió a 25 dólares el barril, a 30 un año después, a 40 en el 2005, a 60 en el 2006. Y en el 2008 se disparaba por encima de los 100. Y allí se mantendría, con algunos vaivenes, hasta hace pocas semanas.

Este fenómeno tuvo varios puntos de apoyo. El fundamento más fuerte fue el desajuste entre oferta y demanda. Hubo, durante diez años, “más compradores que vendedores”. Lo mismo sucedió con los granos, cuyos precios ya entonados por la transición dietética de los países emergentes (en particular China), se encontraron con un nuevo “driver”: los biocombustibles.

A partir de los 50 dólares el barril, el precio del maíz sigue los pasos del precio del crudo. Por eso la cotización del “forrajero”, convertido en energético por la vía del etanol, pasó de 120 a 250 dólares la tonelada.

Con esa tendencia de los precios, el estímulo a la producción de maíz fue fenomenal. La soja tuvo que seguir sus pasos, para evitar un vuelco masivo al cereal en el corn belt. Pero además la soja tenía su propia dinámica, ante la fuerte demanda de harina para balanceados y aceite para destino alimenticio y energético (biodiesel).

Mientras tanto, llegaba al mercado una nueva oleada de tecnología. Mayor potencial de rendimiento, mejor respuesta a stress ambiental, agricultura de precisión (fundamental para acomodarse al inexorable aumento del costo de producción, por otra regla básica del mercado: la demanda derivada). En 2012 el corn belt padeció la peor sequía en cien años. Las pérdidas fueron muy inferiores a las que se hubieran producido 20 años atrás ante el mismo fenómeno. Y después vinieron dos cosechas récord sucesivas. La actual, en plena recolección, alcanzará a 370 millones de toneladas. Los precios se derrumbaron: de aquellos 250, a menos de 140.

Las implicancias de esto son enormes. Lo primero que hay que preguntarse es qué hubiera pasado si no hubiera existido la alternativa del etanol. Un tercio de la cosecha tiene este destino. En la última década, se consumieron más de 1.000 millones de toneladas de maíz para producir el biocombustible. Ahora, cuando “sobran” 40 o 50 millones, los precios se desparraman.

Segunda consecuencia: con estos precios se reactiva la demanda de granos para alimentación animal. Y, por supuesto, la demanda de terneros por parte de los feedlots, que pasaron penurias en los tiempos del maíz caro. Hoy un ternero para engordar (“feeder cattle”) vale 5 dólares el kg vivo (el doble que en Sudamérica).

Ahora el petróleo bajó a menos de 80 dólares el barril. Pero el etanol funciona porque el maíz cayó mucho más, así que la demanda se mantiene.

El proceso es global. Los altos precios impulsaron también el desarrollo maicero de Brasil, devenido en segundo exportador mundial. China, segundo productor, también creció pero igual no le alcanza. Este año la falta de agua les jugó una mala pasada. En Brasil se atrasa la siembra de soja y eso va a complicar más la siembra de maíz “safrinha” (se siembra sobre rastrojo de soja), ya jaqueada por la caída de la cotización.

Aunque en la Argentina no tenemos remedio, en el mundo el remedio para los bajos precios será…los bajos precios.