"El fantasma de los excedentes" editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural 18 octubre 2014

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Menudo chasco se deben haber llevado los fanáticos que, azuzados por el discurso oficial, rompieron un silo bolsa en Cañuelas. Creían que en esa caja de seguridad el “agrogarca” retenía soja, pero el tajo sirvió para que fluyeran 180 toneladas de maíz. Muchachos, hay 15 millones de toneladas de maíz que no tienen comprador porque el gobierno, que agoniza por falta de dólares, no abre la exportación. Ya estamos en plena campaña para la próxima cosecha y esta pésima señal se refleja en una caída del 15% en la intención de siembra de este cereal, una tendencia abonada por la abrupta caída de todos los precios. Pero al que más le pega es al maíz, por su mayor costo de producción, en particular la incidencia de los fletes.

Pero dejemos nuestras batallas culturales, porque después de todo solo queda un año para que termine este ciclo deletéreo. Lo perdido, perdido está, y la cuestión es programar la recuperación. Y para ello, lo primero es intentar un buen diagnóstico.

 

Para muchos, se terminó el “viento de cola” y volvemos a un panorama dominado por los grandes excedentes agrícolas. No es así. El mundo cambió definitivamente. La transición dietética y la demanda de bioenergía, los dos grandes drivers que impulsaron la liquidación de los stocks acumulados durante años de “más vendedores que compradores”, mantienen su plena vigencia. Lo que sucede es que se cumplió otro apotegma de la economía real, que dice que “el remedio para los altos precios son los altos precios”. El aumento vertiginoso de los granos alentó el aumento de la superficie sembrada y fue un fuerte impulso a la nueva tecnología en todo el mundo.

 

Los dos grandes protagonistas fueron el maíz y la soja. Ambos, típicamente americanos. En los EEUU se abandonó el “set aside”, que consistía en dejar tierras en barbecho bajo el velo del conservacionismo. Para acceder a medidas de apoyo, como precios sostén, créditos blandos, etc, los farmers tenían que dejar sin sembrar parte de sus chacras. Cuando los precios se dispararon, plantaron hasta adentro del jardín.

 

En Sudamérica el crecimiento fue mucho más fuerte. Brasil, Paraguay y Bolivia le ganaron a los cerrados más de 20 millones de hectáreas. Brasil creció con el doble cultivo soja-maíz. Argentina, y luego Uruguay, convirtieron campos ganaderos en agrícolas. Hace diez años, Argentina y Brasil empardaron la producción de soja de los EEUU. Hoy, a pesar de la gran cosecha norteamericana, Brasil no necesita acompañantes para ser el número uno. Y ya es el número dos en maíz.

 

Entonces, reaparece abruptamente el fantasma de los excedentes. Y su consecuencia, los bajos precios. Es probable que haya que lidiar con este panorama por un tiempo. Sin embargo, así como el remedio para los altos precios fueron los altos precios, también se dará la inversa. Con estos valores, la producción dejará de crecer como lo hizo hasta ahora, aunque conviene tener en cuenta que estos fenómenos tienen cierta inercia.

 

Por otro lado, hay nuevas amenazas, como la aparición de malezas tolerantes a herbicidas clave hasta ahora, como el glifosato. El Departamento de Agricultura de los EEUU aprobó esta semana el evento “Enlist” de Dow, que combina resistencia a glifo y 2,4D, una herramienta más en la batalla contra este nuevo flagelo que ya afecta a la mitad de la superficie agrícola del Mid West. Y mucho más en la Argentina, donde algunas malezas delatan el fin de la era del glifo solo.

 

Frente a este panorama, cualquier esfuerzo por generar nueva demanda pasa a primer plano. Lamentablemente, en los EEUU el debate “alimentos vs. Energía” frenó el crecimiento de las plantas de etanol de maíz. En los últimos diez años, estas plantas digirieron 1000 millones de toneladas de maíz. Los precios bajaron porque los stocks finales estarán en 40 millones de toneladas. Imaginemos qué hubiera pasado sin el “remedio” del etanol.