"Síndrome de fin de fiesta" Editorial de Héctor Huergo en Clarín Rural del 19 julio 2014

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Hace exactamente seis años, culminaba la batalla por la Resolución 125, con una sonora derrota para el flamante gobierno de Cristina Kirchner. Todo el capital político acumulado en los primeros años del kirchnerismo, rifado en un intento absurdo.

La reacción fue castigar al sector, con todo tipo de medidas y chicanas, como si eso no fuera a tener consecuencias sobre la sociedad. Resuena aún el sonoro cachetazo del “vamos por todo”. El campo venía creciendo a los saltos, con récords de cosecha año tras año y un envidiable clima de inversión en todos los rubros. La expansión había permitido recuperar reservas, desendeudarse con el FMI, financiar planes sociales y, sobre todo, dinamizar toda la economía del interior. Pero llegó el experimento K, que consistió en poner un pie en la puerta giratoria.

Ahora, cuando la música deja de sonar y se encienden las luces inexorables del fin de fiesta, afloran las consecuencias. La Argentina dejó de producir, en estos seis años, no menos de 100 millones de toneladas. Unos 50.000 millones de dólares genuinos, confeccionados por la añorada máquina de imprimir billetes que es el complejo agroindustrial. Sumemos la carne y la leche, cadenas destruidas por la impericia y la necedad.

Encima, el futuro ya no es lo que era: la conjunción de una gran siembra y el acompañamiento de un clima ideal en el corazón agrícola de los Estados Unidos han provocado una fuerte caída de los precios. Una cuestión que preocupa enormemente al agro, pero también a los analistas serios, que tienen cada día más claro lo que significa el sector para la economía y la sociedad.

En este clima de fin de fiesta, arrancó la Exposición Rural. Desfilan por Palermo las principales figuras de la política, con sus asesores económicos. Es notable la coincidencia de opiniones respecto al tema crucial de los derechos de exportación.

La mayor parte de la oposición sostiene que deben ser eliminados, aunque plantean la necesidad de un gradualismo para evitar el impacto en las cuentas fiscales. Proponen eliminar lisa y llanamente las de trigo y maíz, pero ir bajando las de la soja (35%) a un ritmo de 5% por año hasta llegar a cero en siete años.

Pero estamos frente a un dilema de hierro. La prestigiosa revista Oil World, que se edita en Holanda y es una referencia indispensable en el mundo de los agronegocios, sostuvo esta semana que, con la caída de los precios, habrá una reducción de la superficie sembrada en la Argentina. Sobre todo, en las zonas más alejadas de los puertos. A diferencia de otros centros importantes de producción agrícola, como el Corn Belt de los EE.UU., acá las mejores tierras coinciden con la cercanía a puertos.

En otras palabras, a medida que aumenta la distancia, no sólo es mayor la incidencia de los fletes, sino que los rindes son inferiores. Esta “Doble Nelson” debe removerse urgentemente. El esquema de los cinco puntos por año no aguanta. “¿Qué hacer?”, se preguntaría Lenin.

Hay varios caminos. Algunos proponen convertirlas de inmediato en un anticipo al impuesto a las ganancias. Es decir, las retenciones dejarían de constituir derechos de exportación, para convertirse simplemente en un instrumento que facilite la cobranza de Ganancias. Nunca un 35% como hoy, por supuesto.

Otros proponen eliminarlas lisa y llanamente, dejando un pequeño diferencial (el 3% actual) para favorecer el valor agregado. Y acudir al crédito externo como puente para atender las urgencias del Estado. Están convencidos de que la respuesta productiva va a ser enorme, generando recursos fiscales en cortísimo plazo. Recuerdo aquél “Informe 84” que se le presentó a Alfonsin, proponiendo sustituir las retenciones por el impuesto a las ganancias. No cuajó. Y agonizó por un síndrome muy parecido al que ahora padece el modelo K.